EL MUNDO - SAN JUAN, PUERTO RICO - DOMINGO, 23 DE JULIO DE 1989
Una noche de octubre de 1946, el tranvía número 4 de San Juan, el “último trolley”, vendió su último boleto: “Con el recorrido que hiciera el tranvía número 4 en la noche del lunes de la pasada semana, quedó suspendido el servicio de tranvías de San Juan, después de cuarenta y cinco años de haber sido instalado”, indica una crónica en el Puerto Rico Ilustrado de la época.
Y ésta es una historia de principios de siglo, cuando caminos de hierro forjaban encrucijadas de ilusiones y esperanzas, y un tranvía transitó la tarde para regresar---puntual--- al amanecer, y la gente escuchó un silbido metálico que se desvaneció a lo lejos, como la figura brumosa de quien compró un boleto de ida, en un tranvía llamado deseo.
Esa vieja ciudad ha sepultado en el olvido sus propios caminos. Hoy la brea cubre rieles y adoquines en algunas de las calles de San Juan por donde la máquina paseaba oronda, entre estructuras coloniales y, más allá, entre palmares costaneros que ya no están. Pero rompiendo la piedra que los cubre, se asoman desafiantes, como atestiguando su legitimidad histórica, doblando las esquinas, en espera de un reconocimiento, una mirada, redoblando su gastado sonido de metal.
Cuando Max era niño y ---me cuenta ahora--- bajaba en tranvía la cuesta de San Juan, rompía a gritar porque creía que se ahogaba irremisiblemente en la bahía. Fue él quien me mostró las crónicas del “último trolley” en ediciones del Puerto Rico Ilustrado, y luego aparecieron antiguas fotos en el archivo, y apareció también el joven coleccionista que se dedica a rescatar estas imágenes que hoy publicamos.
Las conversaciones con el abuelo le despertaron el interés por un pasado perdido, así Pedro Sáez, un joven de 29 años se adentró en el mundo de los caminos de hierro. “Mi abuelo, que era capataz de haciendas azucareras, encargado de la transportación masiva de materia prima a las principales centrales del sur como Aguirre, Laffayette, Mercedita y Machete, me hablaba del tren...
“Yo le acompañaba en sus paseos cada tarde, y me encantaba escuchar el sonido del tren. Entonces, cuando una locomotora de vapor paraba cerca y volvía a arrancar emitiendo su sonido particular (tap, tap-tap...), yo zapateaba imitando el compás de la máquina hasta que desaparecía...
Más tarde, en la escuela elemental descubrió los libros de texto sobre Puerto Rico, donde aparecían las fotos que ilustraban aquellos cuentos que el abuelo había narrado. Ante esas vistas antiguas se detuvo su imaginación, recreando tiempos idos, viajes sin regreso. “Mirando una vieja estación ferroviaria me di cuenta de cuánto habían calado en mí las historias del abuelo el cariño y los lazos agradables que a él me unían". Las primeras fotos llegan a través de esos libros, y se despierta así la inquietud dormida. “Si aquí aparecen fotos, deben haber más... Y comencé a buscar por todos los medios que encontré disponibles."
Según las investigaciones llevadas a cabo por Sáez a través de varios años de búsqueda, el sistema ferroviario de Puerto Rico era realmente imponente, “no tenía nada que envidiarle al de Europa. Al principio, como el sistema de carreteras no existía, se usaba para carga, ya que no había manera más rápida de comunicarse.
“De lo poco que se sabe (la historia está en pañales porque tenemos poca información), los primeros tranvías de Puerto Rico llegaron a Mayagüez en 1875 y eran los llamados de sangre, lo que significaba que estaban tirados por animales. Ponce tuvo también su sistema de tranvías que llevaba a los pasajeros del pueblo a la playa.
En 1878 se inaugura en San Juan el tranvía de vapor con dos líneas básicas: una de San Juan a Río Piedras (el llamado “trolley de Ubarri’ que hacía su recorrido por Viejo San Juan, Condado y Santurce, hasta Río Piedras), y otra de Bayamón a Cataño (conocida como la “línea férrea del oeste").
“En Cataño había una lancha, equivalente de la actual, donde se metía la máquina completa, así que la gente hacía sus compras en San Juan y regresaba con to’ y trolley...
El tranvía fue cuna de amores relámpagos. “Allí coincidían estudiantes, gente que trabajaba en las oficinas de la ciudad, entre otros pasajeros. Y como el horario del recorrido era bien estricto, ya tú sabías a qué hora (en el caso que alguien te interesara) y en qué parada esa persona tomaría el trolley...”. Durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, debido tanto al racionamiento de combustible como el alto costo de los neumáticos, el tranvía fue el desahogo para gran parte de la población urbana.
Con la invasión de los norteamericanos, el “tranvía de Ubarri pierde su soberanía" y pasa a manos de la companía canadiense Porto Rico Railway Light & Power Company. Más tarde, a finales de los años 30 la Autoridad de Fuentes Fluviales compra todos sus derechos, y ya en 1945 “...adiós trolley...”.
Sin embargo, la historia es algo más complicada. Desde 1944 Fuentes Fluviales trató de descontinuar el sistema de tranvías pero la gente protestaba. En ese año, la periodista Carmen Alicia Cadilla, en un extenso artículo publicado en Alma Latina y titulado Razones que hacen imprescindible el servicio de tranvías en el momento actual, señala: “...es el único sistema de transportación pública dentro del área de la ciudad de San Juan, aparte de los servicios de taxis, que resultan privativos para la mayoría del público trabajador”. Y esas palabras, necesariamente replantean nuestra situación actual, pues, lamentablemente, en todos esos años transcurridos desde entonces no ha habido, ni hay, un sistema de transportación pública eficiente en Puerto Rico.
“En el 45 la excusa fue que el sistema de tranvías no era un ‘negocio lucrativo’. Sin embargo, en el resto del mundo no necesariamente ha ocurrido igual: en Suiza, Australia, en algunas ciudades de España y en la ciudad de Los Angeles, por ejemplo, el sistema de tranvía es un medio primordial de transportación pública. Claro, en otros lugares se cambió de sistemas terreros a sistemas subterráneos, pero sigo pensando que si aquí se hubiese modernizado el sistema, simplemente los tranvías todavía estuvieran por ahí... Las excusas para su desaparición eran vagas (que consumía mucha electricidad, etc., etc...) y con el tiempo se ha comprobado que no era cierto”, comenta Pedro Sáez, quien, mientras tanto, continúa coleccionando, investigando y entrevistando a los testigos presenciales de un pasado cada vez más remoto, en pos de reconstruir una historia que se encuentra en el olvido a la espera de ser redescubierta, de ser comprendida e identificada, porque los pueblos se nutren de la sabia de su pasado.
“Ahora mismo, si le preguntas a la nueva generación de cómo era el Puerto Rico de hace algunos años y les hablas del tren, o del tranvía, se sorprenden y te miran como si tú estuvieras loco...".
Y se remonta a los recuerdos de su niñez... “Nací en Puerto Rico, pero como mi padre estudiaba medicina en España, siendo muy pequeño fui a vivir a Madrid y recuerdo cuando el tranvía hacía su parada cada mañana frente a mi casa madrileña. Era como un reloj, y yo me despertaba con su timbre, sus campanadas. Eso nunca se me olvida... Lo curioso es que todos los tranvías del mundo son iguales, como cortados con la misma tijera..., haciendo que todas las ciudades, de alguna manera, se parecieran..."
Actualmente Pedro Sáez está recopilando todo tipo de material gráfico e informativo con miras a establecer un museo del ferrocarril y todo lo que concerniente al transporte férreo. “Para ayudar a enriquecer este trabajo solicito de todos los que tuvieron algo que ver con el tranvía, o el tren, todas sus historias y anécdotas. En estos momentos tengo muchos testimonios de personas que lamentablemente han muerto y lo único que queda es una grabación; por eso, cualquier ayuda sería un gran tesoro", porque la historia está aún por hacerse. Entonces, tal vez, las nuevas generaciones tendrán la oportunidad de aprender cómo vivieron los que le antecedieron, cómo fue el Puerto Rico de otros tiempos, y quizás adivinen aquel sonido metálico que se desvanece tras el último vagón, o la figura de un hombre a este lado de la vía (vida), reconociendo, sin saberlo, su propia figura.