EL MUNDO - SAN JUAN, PUERTO RICO - SÁBADO, 5 DE NOVIEMBRE DE 1966
Era la noche del 30 de setiembre de mil novecientos cuarenta y seis. Aproximadamente las 11:45. Numeroso público se había congregado desde bien temprano en la estación del trolley en la parada nueve. Se hacían comentarios y conjeturas. Unos alegres, otros tristes y hasta chistosos. ¿Cuál era la razón? ¿Por qué tanto público a esa hora? ¿Algún acontecimiento?
Así era en efecto. Esa noche a las 12:00 en punto debía cumplirse la orden de la Hon. Comisión de Servicio Público de descontinuarse el servicio de pasajeros que prestaba el trolley, por una petición de la Autoridad de las Fuentes Fluviales (que operaba dicho sistema de transportación) por entender ésta que no era esa su función, y sí la de suministrar energía eléctrica.
El trolley había sido por muchos años una de las principales facilidades de transportación de pasajeros con que contaba San Juan. Su vida databa desde que se le conocía como El Tren de Valdés y sus oficinas y garaje estaban en la Marina. Lo operaba la Porto Rico Railway Light and Power Co. y en junio de 1942 pasó a ser propiedad de la Autoridad de las Fuentes Fluviales, cuando la primera fue expropiada.
Primeramente se conocían los trolleys como "trolleys de canastas" debido a que a sus lados tenía unas canastas protectoras. Hacía un recorrido hasta Río Piedras, pero luego esta ruta fue eliminada haciendo su recorrido de San Juan a Santurce vía Condado o viceversa. Sus garajes y oficinas se habían trasladado al antiguo Parque Borinquen en el sector del Condado. Los motoristas y conductores usaban vistoso uniforme azul (confeccionado a la medida) y la chaqueta tenía botones dorados. La gorra era azul con visera brillosa color negro. Así mismo vestían los starters e inspectores, diferenciándose de los primeros con barras doradas que llevaban en las mangas de la chaqueta.
Fue el trolley mudo testigo de romances e idilios. Unos realizados, otros frustrados. De recuerdos de noches de luna cuando ésta reflejaba sus rayos en la Laguna del Condado.
En las noches calurosas muchos buscaban su albergue para tomar el fresco al pasar por la laguna hacia San Juan o viceversa.
Su chirriar un tanto alborotoso se había vuelto parte de los oídos de los capitalinos y su campana detonaba su presencia. Era común oír decir cuando no se oían, "el trolley se descarriló."
A los niños que venían en excursión de otros puntos de la Isla, se les daba un paseo gratis así como a otras instituciones caritativas. En el 1943 por primera y única vez en su vida salió un domingo vestido con gallardetes y banderines tremolando las banderas de Estados Unidos, Inglaterra y Rusia con el histórico nombre del "Trolley de la Victoria." Ese día se desarrollaba una actividad auspiciada por la Unión de Trabajadores de la Industria Eléctrica y Riego de P. R. en cooperación con los Niños y Niñas Escuchas para recoger fondos para los huérfanos de los pueblos sojuzgados por el naci-fascismo.
El trolley se había adentrado tanto en el pueblo que ya era parte del pueblo mismo. "San Juan no es San Juan sin el trolley", había dicho un conocido hombre público. Así se quería el trolley.
Al adquirir la A. F. F. las propiedades de la P. R. R. L. and P. Co. su primera inquietud fue la eliminación del Trolley. Hubo protesta por los usuarios del Condado y de otros puntos de Santurce que veían en él una necesidad. La pluma viril y vigorosa de Combas Guerra, así como la voz del comentarista radial don Francisco Acevedo (q. e. p. d.) se hicieron sentir para que no se eliminara este servicio de transportación. Como Presidente de la U. T. I. E. R. intervine también ante la Comisión de Servicio Público, cuyo Presidente era el Lic. Benjamín Ortiz, pues tenía interés en el status de los trabajadores del trolley. Por fin después de estudiadas las objecciones de la A. F. F. la Comisión decidió su eliminación.
A las 11:45 el viejo starter Adolfo Carrión y su ayudante José Castro con sus ojos húmedos dieron la orden al motorista F. Soto para que hiciera el último recorrido (apagaluz) con el trolley No. 42. Parte del público llenó el trolley. Subió el Sr. Antonio Lucchetti, Director Ejecutivo de la A. F. F. Detrás de éste el periodista Eliseo Cambas Guerra y el que esto escribe. Lentamente subió el motorista y ocupó los controles. Manejó la manivela del conmutador y el trolley se movió pesadamente. Chirriaron sus patas redondas de acero sobre la vía como si tuviera alma y presintiera su fin. Se fue alejando de la caseta lentamente como si fuera a su funeral.
Luego empezó a correr y a dejar oír los dobles de su campana mientras de entre las uniones de la vía salían chisporrotazos de candela como si estuviera despidiendo a su eterno compañero.
Al llegar a la parada ocho, el Director Ejecutivo, señor Lucchetti tomó los controles y lo condujo hasta la parada cero. Allí el periodista Combas Guerra quiso sentir en sus manos las vibraciones de su amigo, y sumido sabe Dios si en tristes o dulces recuerdos tomó los controles y lo llevó hasta la Plaza de Armas. Allí también numeroso público (viejos usuarios) esperaban para verle dar su último viaje al Viejo San Juan. Siguió su curso y se detuvo frente a "EL MUNDO." El viejo amigo donde en sus columnas tanto se había escrito de él, donde se le había detenido. Siguió hasta el correo. De allí hasta lo que había de ser su cementerio, el Viejo Parque Borinquen.
El trolley al igual que los humanos no desapareció. Su recuerdo aún queda. Le recuerdan los chicos de ayer, los hombres de hoy. Los que hilvanaron sus romances y sus idilios. Los que los realizaron y los que los frustraron. Lo recuerda un pueblo. Lo recuerdo yo.